¡DÉJENLE
EN PAZ!
Déjenle
en paz al llanto endurecido,
déjenle
en paz, ¡oh!, en su total desierto,
de
ansias arrinconadas con olvido.
Fiero
valor que el Sino ya ha podido
ganar
en tanto sufrimiento abierto;
pero,
con eso, a quién estorba un muerto
de
guía celestial empobrecido.
Déjenle,
en el caer del sueño alado,
déjenle,
a cenizal mal enterrado
como
lo entierra un día alguna suerte.
Déjenle,
y en su banal o agrio veneno
esté,
como un dolor clavado al cieno,
mirando
en la esperanza de su muerte.