A
CÉSAR VALLEJO
.
Le
sobraba a él un poco de tarde arrodillada,
le
rompieron los huesos para desquitarlo de la vida,
le
repitieron el silencio -un silencio de odio y noche-
le
enterraron en la misma injusticia donde se pudrió.
Ha
dicho, ha dicho el cansancio indetenible que no más descansa,
ha
dicho que se arruina de muertos,
que
se enloquece él ya perro gritando
como
una flor sola en el mundo.
La
esperanza mordió en la cárcel con el todo “tanto”
y
pensó al fin
piedad
como
un malparido de ojos...
en
duermevela sucia.
Porque -sin un por qué- echar fuera y censurar es fácil,
es
fácil apalear como al beso en pie
y
dar así la luna tras crucificarla.
Se
empuña y se empuñará siempre, ¡qué más da!, la belleza sin nombre
aunque no quieran luego, no quieran duros
enlagrimarla al abismo
enlagrimarla al abismo
en una velocidad digna
porque
no hubo, no hubo la sangre al frente.